El 25 de agosto de 1991, el estudiante finlandés Linus Torvalds, con apenas 21 años, compartió en un grupo de noticias su experimento: un sistema operativo nuevo, pequeño y pensado como “hobby, no será grande ni profesional”. Lo que empezó en abril de ese año pronto sumó funciones esenciales, como soporte para drivers, un sistema de archivos multihilo y compatibilidad con herramientas básicas como bash y gcc.
La clave fue liberar el kernel bajo la licencia pública general GNU (GPL). Esto permitió que cualquier persona, en cualquier parte, pudiera usar, modificar y distribuir el código. Así, Linux creció de forma orgánica y global, impulsado por miles de colaboraciones independientes. Con los años, se volvió el núcleo central de servidores, supercomputadoras y hasta de Android, el sistema utilizado por la mayoría de los smartphones.
Más allá de su rol en Linux, Torvalds también es reconocido por herramientas como Git. Y su influencia se mantiene a través de la Linux Foundation, donde la filosofía del código abierto sigue marcando el ritmo de la innovación tecnológica.
La historia de Linux demuestra cómo un proyecto personal puede cambiar el curso de la tecnología mundial. Ese “hobby” es hoy sinónimo de colaboración y libertad en el desarrollo de software.
Linux es el ejemplo viviente del poder del software abierto. Lo que fue una curiosidad se transformó en un pilar silencioso de la era digital.